dijous, 4 d’abril del 2013

Tributo al proyeccionista.

Escena de "Cinema Paradiso"
Lenta e inexorablemente van desapareciendo las salas de cine tal y como las conocíamos hasta hace bien poco. Lentamente, figuras que en silencio nos han acompañado tras las películas, tanto detrás de la cámara como detrás del proyector, se irán transmutando o simplemente desapareciendo en pro de una industria que recientemente está viviendo el cambio del estándar (que nunca fue) al llamado "cine digital".

Hay mucho que discutir respecto a este término, que trataré en artículos venideros, ya que, entre otras cosas, digital no es sinónimo de mejor, sino que implica compresión y con ella pérdida de calidad, no nos engañemos. El digital entraña pan para hoy y hambre para mañana, pero como actualmente estamos felices, no nos preocupa el futuro. Ya se encargarán nuestros nietos...ya se encontrarán ellos el "fregao", y lo resolverán. Hace 100 años, nuestros abuelos plantaban semillas de árbol para que nosotros, sus nietos y biznietos, disfrutásemos del bosque. Hoy en día hacemos al revés: plantamos mierda para que la pisen nuestros herederos.

Sala de proyección en Marrakesh
Pero no quiero desviarme del objeto de este artículo. Hace 10 años, el tema en cuestión no tendría esa nostalgia implícita, pero el caso es que hoy es raro ya ver proyecciones analógicas (en película cinematográfica) en nuestros cines. Ahí va mi pequeño homenaje a los proyeccionistas, unos hombrecillos que siempre han estado en la penumbra de una cabina de proyección encargados de hacernos pasar momentos emocionantes frente a las pantallas de cine. De ellos dependía la calidad de visionado y de sonido, a ellos les hemos increpado, silbado, cuando la imagen estaba desenfocada o se fundía la lámpara de proyección...eso sí, cuando la imagen se veía perfecta nunca fuimos a la cabina a felicitarles. Creo que se merecen un aplauso, aunque sea silencioso.

La faena básica del proyeccionista era recibir la película, la cual llegaba fraccionada en varias bobinas. A partir de aquí, el proyeccionista empalmaba las diferentes partes en orden, de manera que quedaba configurada una grande y pesada bobina (últimamente ya se montaba en platos horizontales, mucho más cómodos). Finalmente, y una vez acabada la temporada de proyección en el cine, se volvían a desempalmar
Antigua cabina con dos proyectores
las partes y se re-configuraban las bobinas originales para su devolución a la distribuidora. Cabe recordar que antiguamente se trabajaba con dos proyectores, los cuales combinaban su funcionamiento cada cierto tiempo de proyección, debido al cambio de rollo. Así, el proyector A se encargaba de proyectar los rollos impares, mientras que el B proyectaba los pares. Una auténtica filigrana de precisión cuando ésta se hacía bien.

Con la aparición de las salas multicine ya se desdibujó y multiplicó su faena, dado que un sólo proyeccionista debía controlar varias salas a la vez. Con la aparición de los proyectores digitales, su función entra más que en entredicho.

Mi sincero homenaje para ellos...vamos a ver cómo funcionaba hasta hace muy poquito una sala de proyección cualquiera.

Feliz visionado.